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viernes, 11 de junio de 2010

Sin derramamiento de sangre no se hace remisión (de pecados).Hebreos 9:22

Un Dios que Salva
Una mujer libanesa, a quien se le hablaba del amor de Dios por este mundo, se resistía con muchos argumentos. Pero un día su hijo, víctima de un accidente, necesitó urgentemente una transfusión sanguínea. En esa región montañosa del Líbano hubo que buscar a alguien dispuesto a dar sangre al joven. Sólo un cristiano de la aldea tenía el grupo sanguíneo compatible con el del muchacho y no vaciló en socorrerlo. Gracias a este creyente, el herido se repuso rápidamente. Días después el creyente fue a visitar a la familia. Todos lo acogieron con gozo y agradecimiento. –Su intervención salvó la vida de mi hijo, dijo la madre. Entonces, sonriendo, el creyente dijo: –Es poca cosa, señora; piense más bien en lo que Dios hizo por nosotros. La Escritura dice que estábamos “muertos en pecados” (Efesios 2:5), pero “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). A veces el don de la sangre es el único medio para salvar físicamente una vida humana. Jesús dio su vida por mí. Murió en mi lugar, cargó con el castigo que merecían mis pecados. A través de su sangre vertida en la cruz obtuvo pleno perdón para todos aquellos que creen, haciendo así la paz con Dios. Entonces la mujer comprendió que la actitud de ese creyente era el reflejo de un amor mucho más grande: Jesús dio su vida para la salvación de los hombres.