La Voluntaria Humillación del Señor
El Señor Jesús vino voluntariamente a esta tierra para morir en la cruz por seres pecadores y para glorificar a Dios. Varios pasajes de la Palabra de Dios nos muestran su humillación y su entrega voluntaria: Su encarnación: “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7). Su humillación como hombre: “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). Para la salvación de los seres humanos: “Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:5-6). Por nuestros pecados: “Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados” (Gálatas 1:3-4). Para Dios: “Mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14). Nuestro Señor atravesó todas estas etapas de la humillación por voluntad propia. Pero respecto a su exaltación después de su muerte en la cruz, la Escritura nos dice: “Tampoco Cristo se glorificó a sí mismo” (Hebreos 5:5). Dios, su Padre, fue quien lo exaltó y le dio toda la honra: “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9). “Operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío” (Efesios 1:20-21).
El Señor Jesús vino voluntariamente a esta tierra para morir en la cruz por seres pecadores y para glorificar a Dios. Varios pasajes de la Palabra de Dios nos muestran su humillación y su entrega voluntaria: Su encarnación: “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7). Su humillación como hombre: “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). Para la salvación de los seres humanos: “Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:5-6). Por nuestros pecados: “Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados” (Gálatas 1:3-4). Para Dios: “Mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14). Nuestro Señor atravesó todas estas etapas de la humillación por voluntad propia. Pero respecto a su exaltación después de su muerte en la cruz, la Escritura nos dice: “Tampoco Cristo se glorificó a sí mismo” (Hebreos 5:5). Dios, su Padre, fue quien lo exaltó y le dio toda la honra: “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2:9). “Operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío” (Efesios 1:20-21).