Perdido y Hallado
Hace mucho tiempo una viuda criaba con mucha dificultad a su numerosa familia y enseñaba a cada uno de sus hijos el respeto hacia Dios y los hombres. Se entristeció mucho cuando su hijo Pedro se dejó llevar por malas compañías y decidió viajar al extranjero. Cuando el joven estuvo a punto de partir, su madre le suplicó que llevase un Nuevo Testamento en el que ella había escrito su nombre y su dirección. Y le dijo: –Si me amas, lee la Palabra de Dios. Él nunca rechaza a quien acude a él. Después de varios años sin tener noticias, finalmente se enteró de que el barco en el que su hijo se había embarcado había naufragado. Entonces el dolor y la esperanza en Dios se mezclaron en su corazón. Mucho tiempo después un marinero llamó a su puerta. Se le abrió la puerta y en el curso de la conversación evocó un episodio de su vida en el mar: «Cuando naufragamos sobre una isla uno de mis compañeros murió después de ocho días. A menudo él leía un pequeño libro que su madre le había dado. Era su consuelo; él oraba y hablaba únicamente del libro de su madre. Al fin me lo dio, diciendo: –Tómalo y léelo. En él encontrarás al Salvador, como yo lo hallé. Él te dará la paz. –¿Usted tiene ese libro?, preguntó la madre. El hombre lo sacó del bolsillo y se lo mostró. ¡Qué emoción! Sí, era su nombre y su propia letra. Era el Nuevo Testamento que había regalado a su hijo Pedro. Una voz, como venida del cielo, le dijo: –Tu hijo vive para siempre.