Usted se preguntará: ¿Cuál es la oración que sacude al infierno? Viene del
siervo diligente y fiel, que ve su nación e iglesia cayendo más y más en
pecado. Esta persona cae de rodillas, clamando: “Señor, no quiero aislarme
de lo que está sucediendo. Déjame ser un ejemplo de tu poder guardador en
medio de este siglo pecaminoso. No importa si nadie más ora, yo voy a orar”.
¿Demasiado ocupado para orar? ¿Dice usted: “Yo simplemente lo recibo por
fe”? Quizás piense: “Dios conoce mi corazón; Él sabe cuán ocupado
estoy. Yo oro en mi mente a lo largo del día”.
Creo que el Señor desea calidad, un tiempo no apresurado a solas con nosotros.
La oración, entonces, se convierte en un acto de amor y devoción, no sólo en
un tiempo de petición.