Muchos cristianos se sienten insatisfechos consigo, vulnerables a las críticas y a la duda, con una inmensa necesidad de ser amados, aceptados y perdonados. De hecho, si nuestra identidad sólo está basada en la imagen que tenemos de nosotros mismos y que damos a los demás, buscaremos valorizarnos. Pero, ¿quién nos dará la verdadera paz interior y liberadora? Sólo Dios puede hacerlo, porque su mirada sobre sus hijos es una mirada de amor y comprensión. Él da su amor libre e incondicionalmente. No soy digno de él, no lo merezco, pero es una realidad. Gracias a la obra de Cristo en la cruz tengo un precio inestimable para Dios. No necesito tratar de probar mi valor, pues Él me ama tal como soy. Mi verdadera identidad está fundada en lo que Dios hizo de mí, es decir, su hijo. ¿Cuál es la clave de la plenitud y de la libertad del creyente? Verme como Dios me ve, ser consciente de lo que Él piensa de mí y… creerle. Nos amó cuando aún éramos pecadores y nos perdonó totalmente a causa de Cristo. Nos creó para ser dependientes de él y para que tengamos felices relaciones con los demás. ¿Cómo vivir en función de esa realidad? Leyendo frecuentemente las afirmaciones que Dios nos da en su Palabra; juzgando los pensamientos que manifiestan mi egoísmo y orgullo, pensamientos incompatibles con lo que él es y lo que hizo de mí; dejando que su amor dé forma a mi vida y la llene.