
¡El estrés! Azote de la vida moderna, generador de cansancios, conflictos, enfermedades, depresiones… Sin embargo, el estrés no es una fatalidad. Nosotros, los cristianos, tomémonos el tiempo para reflexionar en el ejemplo que Jesús nos dejó. Al leer los evangelios nos llama la atención la maravillosa calma que irradia su persona. Tuvo tiempo para hablar tranquilamente con una mujer que encontró cerca de un pozo. Le trajeron a unos niños; los discípulos se interpusieron. Pero Jesús les dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis” (Mateo 19:14). Tuvo tiempo para los niños y para todos los que acudieron a Él. El éxito de nuestra vida no depende tanto del número de cosas que hagamos, sino de su calidad; y ésta depende de nuestra relación con aquel que nos las confía. Para deshacernos del estrés podemos apoyarnos en Dios, en el Señor Jesús, y confiar en Él. Así aprendemos a ser apacibles y activos. Las inquietudes y preocupaciones, ilustradas por Jesús mediante los espinos que ahogan la Palabra de Dios, también nos cansan y nos impiden llevar fruto. Notemos que a veces sufrimos más a causa de nuestras reacciones que por lo que las provoca. Al buscar en oración las causas ocultas de nuestros cansancios, recibimos de Dios una paz que puede reinar tanto en nuestros momentos de descanso como en los de intensa actividad.