rcó y le increpó: –Usted emboba a la gente. ¿Puede probarme que existe un Dios? El interpelado hizo una pausa y luego dijo: –Sí, con una condición. –¿Cuál?, preguntó el joven. –Que usted hable honestamente de su vida ante Dios. El joven miró al orador con extrañeza, pero luego el sorprendido fue el predicador, ya que el joven no empezó a discutir, sino que contó su historia, cómo se había acercado a las drogas y cómo, robando, conseguía el dinero necesario para pagarlas. Así volcó toda la miseria de su vida. Ambos se dirigieron a un lugar tranquilo y oraron. Contaron todo a Dios, quien quiere perdonar a todo aquel que confiesa sus pecados. El joven comprendió que Jesucristo había muerto por él, que había pagado la deuda que él tenía ante Dios por sus pecados, que Dios le perdonaba todo. Sobre el pálido rostro se reflejó una luz. El joven dio las gracias a Dios de todo corazón por su perdón. Luego dijo: –Ahora voy a la comisaría. También quiero estar en orden con los seres humanos. El predicador no daba crédito a sus oídos y se preguntaba si lo que oía iba en serio. Efectivamente, el joven quería arreglar las cosas con todos. Había aprendido a conocer a Dios y respiraba el aire fresco de la verdad. Ahora quería dar un nuevo curso a su vida. Dios se había revelado a él. Él no es una fórmula matemática. Él vive.
"Primero nos ignoraron, luego se rieron de nosotros, después nos atacaron... entonces vencimos "
***Primer diario digital Cristiano*** Emitido en la ciudad de Paysandù, con noticias de todo el acontecer sanducero, y del mundo comentado desde la optica cristiana "Una mirada diferente de la realidad"
sábado, 6 de marzo de 2010
La Sorpresa del Predicador Salmo 41:4.
Un predicador había hablado de la fe cristiana. Acto seguido, un joven se le ace
rcó y le increpó: –Usted emboba a la gente. ¿Puede probarme que existe un Dios? El interpelado hizo una pausa y luego dijo: –Sí, con una condición. –¿Cuál?, preguntó el joven. –Que usted hable honestamente de su vida ante Dios. El joven miró al orador con extrañeza, pero luego el sorprendido fue el predicador, ya que el joven no empezó a discutir, sino que contó su historia, cómo se había acercado a las drogas y cómo, robando, conseguía el dinero necesario para pagarlas. Así volcó toda la miseria de su vida. Ambos se dirigieron a un lugar tranquilo y oraron. Contaron todo a Dios, quien quiere perdonar a todo aquel que confiesa sus pecados. El joven comprendió que Jesucristo había muerto por él, que había pagado la deuda que él tenía ante Dios por sus pecados, que Dios le perdonaba todo. Sobre el pálido rostro se reflejó una luz. El joven dio las gracias a Dios de todo corazón por su perdón. Luego dijo: –Ahora voy a la comisaría. También quiero estar en orden con los seres humanos. El predicador no daba crédito a sus oídos y se preguntaba si lo que oía iba en serio. Efectivamente, el joven quería arreglar las cosas con todos. Había aprendido a conocer a Dios y respiraba el aire fresco de la verdad. Ahora quería dar un nuevo curso a su vida. Dios se había revelado a él. Él no es una fórmula matemática. Él vive.
rcó y le increpó: –Usted emboba a la gente. ¿Puede probarme que existe un Dios? El interpelado hizo una pausa y luego dijo: –Sí, con una condición. –¿Cuál?, preguntó el joven. –Que usted hable honestamente de su vida ante Dios. El joven miró al orador con extrañeza, pero luego el sorprendido fue el predicador, ya que el joven no empezó a discutir, sino que contó su historia, cómo se había acercado a las drogas y cómo, robando, conseguía el dinero necesario para pagarlas. Así volcó toda la miseria de su vida. Ambos se dirigieron a un lugar tranquilo y oraron. Contaron todo a Dios, quien quiere perdonar a todo aquel que confiesa sus pecados. El joven comprendió que Jesucristo había muerto por él, que había pagado la deuda que él tenía ante Dios por sus pecados, que Dios le perdonaba todo. Sobre el pálido rostro se reflejó una luz. El joven dio las gracias a Dios de todo corazón por su perdón. Luego dijo: –Ahora voy a la comisaría. También quiero estar en orden con los seres humanos. El predicador no daba crédito a sus oídos y se preguntaba si lo que oía iba en serio. Efectivamente, el joven quería arreglar las cosas con todos. Había aprendido a conocer a Dios y respiraba el aire fresco de la verdad. Ahora quería dar un nuevo curso a su vida. Dios se había revelado a él. Él no es una fórmula matemática. Él vive.