Decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero. – Apocalipsis 6:16.
No podemos dejar de extrañarnos al hallar en el versículo citado la asociación de las palabras “ira” y “Cordero”. ¿Existe un animal más manso e inofensivo que un cordero?
Ese pasaje se refiere a Jesucristo, aquel al que la Palabra llama “el Cordero de Dios” (Juan 1:29, 36). Durante su vida en la tierra, “angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7). Su dulzura y su compasión ganaron el corazón de muchos.Desde hace dos mil años sigue llamando con bondad: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:28-29).Pero el tiempo de su paciencia llegará a su fin; la puerta de la gracia se cerrará definitivamente. Entonces este Cordero, despreciado en otros tiempos por los hombres a quienes quería salvar, volverá para ejercer el juicio. En efecto, Dios “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:31). Ese día será terrible para todos aquellos que encuentren a Jesucristo como juez.