En la gran ciudad de Glasgow, Escocia, hay una encrucijada llamada «La cruz». Cierto día un policía que hacía su ronda halló a un niño llorando, sentado en la acera. –Me perdí, dijo el chico, y no sé cómo volver a casa. El policía lo tomó de la mano y le propuso conducirlo a la comisaría para que desde allí hablara por teléfono con sus padres. Pero al llegar a «La cruz», el niño miró un instante a su alrededor y exclamó: –¡A partir de aquí, ¡conozco el camino! E inmediatamente soltó la mano del policía y sin vacilar salió corriendo hacia su casa. Esta anécdota ilustra lo que ocurre con el que acude a la cruz del Señor Jesús. Allí puede hallar el camino a la casa de Dios. En efecto, la cruz es el único punto de encuentro entre el hombre y Dios. A través de ella puede conocer realmente a Dios como un Dios de amor, de perdón y de paz. En la cruz Jesús se ofreció por el pecado del mundo. Sufrió y expió los pecados de todos los que confían en él. En la cruz Dios hizo brillar su amor dando a su Hijo unigénito. En la cruz el pecador que se arrepiente es liberado de la carga de sus pecados y se reconcilia con Dios. La cruz es una puerta estrecha, porque tenemos que reconocer nuestras faltas y nuestra incapacidad para salvarnos a nosotros mismos. Pero esta puerta nos abre el acceso a una vida nueva, a la casa del Padre, donde hallamos reposo, paz y gozo.