A menudo el Evangelio penetró en los diferentes países del mundo a costa de la vida de los misioneros. Así ocurrió cuando Tomás de Wallis vivía en China y se enteró de que en Corea la gente instruida leía el chino. Entonces decidió llevarles Biblias en ese idioma. En 1866 Tomás se embarcó para Pyongyang en la fragata Shernzan. Cuando el barco se acercaba a la ribera, los guardacostas se opusieron a su llegada y, lanzando antorchas encendidas, le prendieron fuego. Algunos hombres de la tripulación se refugiaron en una chalupa, pero fueron hechos prisioneros. Tomás logró alcanzar tierra firme y depositar su preciosa reserva de Biblias en la tierra de Corea, pero murió a golpes por los guardacostas. ¡Qué aparente fracaso! Cuarenta años más tarde, el país se hallaba en un gran desorden, y unos cristianos llevaron reuniones de oración durante más de un año. En el transcurso del invierno de 1906 dieron un curso bíblico en esa ciudad de Pyongyang; esto atrajo a muchas personas de todos los distritos. El número de los participantes creció hasta alcanzar más de un millar. Un intenso deseo de purificación del mal bajo todas sus formas se manifestó, y muchos se consagraron al Señor. Fue el principio de una victoria del Evangelio de Jesucristo. Así, en el mismo lugar donde murió uno de sus siervos, la Iglesia coreana experimentó el poder de Dios.