Todos los amaneceres son gélidos y nublados en Copiapó. Aquí en el norte de Chile la niebla tiene nombre propio: Camanchaca, y no deja ver nada a más de un par de metros de distancia. También la aridez de este desierto es famosa. Pero hace poco llovió y extensas zonas de este páramo se han llenado de pequeñas flores moradas. “Hace más de 10 años que no pasaba algo así”, aseguran los lugareños.Alberto Iturra, es el jefe del equipo de psicólogos que asisten a los 33 mineros atrapados dentro de esta montaña cobriza. Llega temprano a la mañana y explica las vicisitudes del trabajo más singular que le tocó realizar en su carrera.“He hecho muchas cosas. Pero lo que más me preparó para esto fueron los 26 años trabajando con mineros. Conozco su cultura y su particular idiosincracia”, cuenta.Ahora lidia con la ardua tarea de mantener la salud mental de 33 de ellos, que enfrentan el desafío de vivir en un infierno de oscuridad, calor, lodo y humedad. Pero se lo toma con calma y paciencia. Nada de falsas ilusiones.“No les vamos a subir el ánimo, si les subiéramos el ánimo tendríamos unos maníacos eufóricos abajo que serían muy difíciles de controlar”. Según el psicólogo, los mineros están bien y van manejando sus ritmos emocionales a su propio ritmo. “La seriedad cuando se necesita, el control cuando se necesita, la lágrima cuando se necesita y es adecuada”. mas