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lunes, 30 de agosto de 2010

El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, Marcos 10:45.

Cristo, el Verdadero Siervo
El Señor Jesucristo, el eterno Hijo de Dios, vino del cielo a esta tierra para servir a Dios como ser humano. Al hacerlo no obraba según su propia voluntad, sino que únicamente la voluntad de su Dios y Padre era el motivo de sus hechos. Lo amaba y se gozaba en servirle. “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Salmo 40:8).Por medio del profeta Isaías Dios presentó a su siervo con estas palabras: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento” (42:1). En el cumplimiento de los tiempos el Señor Jesús vino como hombre a esta tierra (Gálatas 4:4). Al principio de su servicio oficial Dios dio testimonio, desde el cielo, de su complacencia en Él. En medio del orgullo de los hombres, el Señor cumplió su servicio con humildad. Su ilimitada obediencia lo llevaba a la muerte en la cruz. Su gloria, que llevaba un carácter celestial, brillaba en su humildad. Vino para servir no sólo a Dios, sino también a los hombres, por quienes dio su vida en rescate. Él no obraba entre los grandes de este mundo, sino entre los humildes, los pobres y los miserables. ¡Qué Salvador admirable! Vivió entre sus criaturas, obró a favor de ellas juntamente con su Padre y cumplió su servicio sin descanso. Luego se dijo de Él: “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1), y eso a pesar del comportamiento de sus discípulos después de que su Señor cayese en manos de sus enemigos.