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miércoles, 23 de junio de 2010

Jesús dijo a su Padre:) Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Juan 17:4

El Mandamiento del Padre
El evangelio de Juan presenta a Jesús principalmente como el Hijo de Dios, creador del universo y a quien éste está sujeto. No obstante, en este evangelio Jesús también insiste varias veces en el hecho de que Él vino al mundo para cumplir la voluntad de su Padre. Esa voluntad es el amor de Dios para con los pecadores. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). La muerte y la resurrección del Hijo de Dios eran necesarias para salvarnos; tal era “el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”, según el cual Jesús fue entregado (Hechos 2:23). Tal obediencia es absolutamente única en este aspecto. Jesús fue a la muerte de la misma manera que salió de ella, es decir, en plena posesión de su poder soberano. Su voluntad no fue constreñida como lo habría sido la de una criatura, sino que estaba en perfecto acuerdo con la del Padre en esa obra redentora. Dejó su vida voluntariamente. Su poder no fue menoscabado porque los hombres pusieron sus manos sobre Él y lo crucificaron. Y ese poder brilló en su resurrección. El mandamiento de su Padre era que dejara su vida y la volviera a tomar, lo que hizo por sí mismo como Hijo de Dios. Y ese Hijo, centro eterno del amor del Padre, “el unigénito Hijo que está en el seno del Padre” (Juan 1:18), daba a ese amor infinito una nueva relación con la tierra, para la gloria y la alegría del cielo. “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar” (Juan 10:17).