Liberado
Después de una tentativa de suicidio, Buba se convirtió al Señor y se formuló una gran pregunta: ¿Podía Dios confiar en él para servirle y serle útil, aun siendo ciego? Permaneció ciego, sí; este africano supo que esa era la voluntad de Dios para él. Pero eso no le impidió ser un hombre que rebosaba de alegría, activo para su Maestro. Muchos aldeanos conocieron al Señor Jesús mediante su testimonio. Entonces los campos fueron bien cultivados, las casas y los patios correctamente cuidados. Los fetiches fueron destruidos. Cierto día se oyeron llantos en la aldea. Una mujer joven acababa de morir durante el parto y la iban a enterrar. Según las tradiciones del lugar, el hermoso niño que acababa de nacer debía ser enterrado vivo con su madre. Indignado por esa idea, Buba decidió recibir al bebé en su casa, alimentarlo y ocuparse de él. Ése fue el principio de un orfanato. Allí los niños eran bien alimentados y eran felices, y ante todo, aprendían a conocer al verdadero Dios y a su Hijo Jesucristo. La atmósfera de la aldea era apacible gracias a este hombre que conocía la paz. Del mismo modo, Dios quiere que todos sean liberados de sus temores y que cada uno tenga un porvenir asegurado con Jesús, teniendo “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).