Es escuchando como se entiende la gente.
Previo al hablar, está el escuchar. Todo el mundo, más o menos bien, sabe hablar y pronunciarse. Pero, ¡cuán pocos saben escuchar! Cuantas palabras se derrochan, inútilmente, intentando imponerse a las de los demás, y cuán poco se escucha a la otra parte. Nuestro gobierno, tristemente, es un claro ejemplo. Pero hay muchos más, que todos podemos constatar en la vida cotidiana, familiar, laboral y vecinal. Cuántos males se evitarían si aprendiéramos a escuchar, con escucha atenta y activa, a la otra persona, aunque sus ideas y opiniones sean diversas o incluso contrarias a las nuestras.Es un deber urgente y grave de nuestra cultura aprender a escuchar y enseñar a nuestros niños y jóvenes a escuchar. Y no hay mejor aprendizaje que la práctica. Muchos filósofos y psicólogos insisten hoy en ello. Incluso, me comentan, se imparten seminarios carísimos, para ejecutivos, con el único fin de aprender cómo se escucha.Cualquier persona, reflexionando un poco, puede vislumbrar qué significa escuchar. La escucha auténtica requiere de oídos, cerebro y corazón. No basta con oír palabras, que nos pueden resbalar o que podemos rechazar sin más, sumergidos en nuestros prejuicios. Para escuchar hay que limpiar la mente de preconcepciones, críticas y condenas.